La universidad española ha pasado de ser en unas pocas décadas una institución escasamente investigadora a ser el principal pilar de la excelente posición de nuestro país en cuanto a producción científica. La transferencia de los resultados de dicha investigación a la sociedad y, en particular, al tejido productivo, ya es otro cantar. Al no haber una razón sino muchas y con responsabilidades compartidas, dentro y fuera de la universidad, mejorar la situación respecto a la transferencia de conocimiento no es nada fácil ni será rápido. Precisamente por ello, mayor debe ser nuestro empeño y menos el tiempo que perder. Además, si pensamos que los investigadores e investigadoras debemos saber y hacer de todo, no olvidemos que los hombres y mujeres orquesta no abundan y necesitan ensayar mucho.
Senén Barro Ameneiro. Director Científico, Centro de Investigación en Tecnologías Inteligentes (CiTIUS), Universidad de Santiago de Compostela
Usamos con frecuencia la expresión “transferencia de conocimiento” como sinónimo de transferencia de resultados de la investigación al entorno socioeconómico. Al referirnos a la transferencia de conocimiento o de resultados de I+D, debe entenderse la referencia a las acciones que intentan facilitar el uso, la aplicación y la innovación social y económica del nuevo conocimiento y desarrollo tecnológico derivados de la investigación.
Para acotar algo más la definición, se separa la transmisión del conocimiento de su transferencia. Aquella busca difundir el conocimiento por medio de la formación y su diseminación (como ocurre con la publicación de resultados o la divulgación científica), mientras que esta busca valorizarlo socioeconómicamente. Evidentemente, la transmisión del conocimiento es una forma de darle valor añadido, faltaría más, pero lo será en la medida en que los receptores de la transmisión del conocimiento lo acaben integrando en la cadena de valor con beneficios reales, sean económicos o sociales. En la transferencia el receptor espera un retorno suficiente de aquello que aporta al transmisor por el conocimiento y/o desarrollo tecnológico transferido, en general regulando el proceso con algún tipo de acuerdo formal (mediante un contrato o un convenio, por ejemplo).
Resulta imposible establecer una categorización precisa de las formas en las que la transferencia de conocimiento se produce. Sirva de ejemplo de su diversidad la siguiente tabla, que también ayuda a entender la imposibilidad de diseñar fórmulas magistrales para mejorar la transferencia de los resultados de investigación.
En todo caso, no necesitamos definiciones para ser conscientes de la importancia de la transferencia de conocimiento a partir de la investigación. Miren a su alrededor y reparen en todo aquello que ven y que no existiría sin haber transferido adecuadamente lo que antes surgió de la investigación. Precisamente por su extraordinaria importancia para la creación de empleo, la calidad de vida, la generación de riqueza… para el progreso, en definitiva, el mismo empeño que debe ponerse al servicio de la I+D hay que tenerlo en la transferencia de sus resultados. ¿Tendría sentido conocer en detalle la física de la atmósfera y no emplear dicho conocimiento para predecir el tiempo?
El Informe CYD 2017: Investigación y transferencia en las universidades españolas refleja perfectamente lo que hay. La producción científica española entre 2012-2016 nos sitúa en cantidad de artículos publicados como el undécimo país del mundo, habiendo perdido una posición respecto al periodo 2011-20153 . En cantidad hemos subido ligeramente respecto a años anteriores, pero no así en calidad, al menos en la que miden indicadores como el número de publicaciones más citadas a nivel mundial o el liderazgo de investigadores españoles en investigación realizada en colaboración con investigadores extranjeros.
Los milagros en ciencia necesitan inversión, así que no debe sorprender a nadie que perdamos posiciones cuando los recortes en la inversión en I+D han sido enormes desde el inicio de la crisis económica, que arrancó con virulencia a finales de la pasada década. Aun así, no deja de ser algo milagroso que tengamos una aportación del 3,38% a la producción científica mundial, cuando nuestra contribución al PIB global es del 1,38% y nuestra inversión en I+D fue de tan solo el 1,19% del PIB en 2016, año en que la media de la UE-28 fue del 1,94%.
El número de patentes universitarias es muy significativo en términos relativos al conjunto de España (18,94% de todas las solicitadas en 2017), pero es imprescindible hacer al menos dos consideraciones al respecto: 1) España patenta muy poco, sobre todo en patentes internacionales, y 2) el porcentaje de patentes de las que se obtiene algún tipo de retorno económico es muy pequeño (364 licencias firmadas en 2016) y el retorno global es ciertamente raquítico (3,7 M€ en 2016), inferior en conjunto al que obtienen por sí solas varias universidades europeas y, por supuesto, estadounidenses.
En el informe: “La transferencia de I+D, la innovación y el emprendimiento en las universidades. Educación superior en Iberoamérica. Informe 2015” (Barro, 2015) se pone de manifiesto no solo el déficit generalizado en transferencia de conocimiento de los sistemas universitarios en toda Iberoamérica (de hecho, España y Portugal están muy por delante de América Latina y el Caribe), sino las carencias de indicadores y otros elementos de medida.
Lo que no se mide, solo el azar puede mejorarlo, y dejar algo tan importante en manos del azar no es lo más aconsejable. Obviamente, no es suficiente con diseñar buenos instrumentos de medida y no hacer nada o casi nada para que mejore aquello que queremos medir. Sería como mejorar una regla para tallar a nuestros jóvenes y ver si logramos que crezcan más, sin hacer nada con la dieta, el deporte o el equilibrio vitamínico.
Una forma cada vez más valorada de transferencia de conocimiento desde el ámbito universitario son las spin-off. Su número se mueve alrededor de un centenar por año, una cifra reducida, que ha menguado incluso respecto a años pasados. En todo caso, hay que reconocer que en general el perfil de las spin-off ha ido mejorando a medida que las universidades han ido madurando en su empeño por apoyar el emprendimiento de base científico-tecnológica. Sin embargo, las cada vez mejores spin-off universitarias adolecen del mismo problema que las start-ups españolas en general: raquitismo, cuando no muerte por inanición, debido a la falta de un ecosistema propicio, no tanto para su nacimiento como para su crecimiento y consolidación.
Razones de las carencias en la transferencia de conocimiento
Partiendo del hecho de que la universidad española tiene en la transferencia de conocimiento el punto más débil en el cumplimiento de su misión “la mejora permanente de la sociedad a través del conocimiento”, es lógico que nos preguntemos por la razón de ello e intentemos buscarle soluciones. Por tanto, si bien es un tema ya muy manoseado, no deja de ser importante evidenciarlo las veces que haga falta e intentar cambiar las cosas, aún a riesgo de tener poco éxito en este cometido. Pues allá vamos.
Ya hemos dado algunos datos que ponen de manifiesto que las universidades españolas investigan y lo hacen bien. Creo que también podemos afirmar que sus resultados son en muchos casos de muy alto potencial de aplicación. El número de las patentes es un indicio de ello, como lo son los excelentes resultados de investigación en ámbitos muy aplicados, tal es el caso del sector agroforestal y la ingeniería civil, en los que España tiene un gran reconocimiento mundial. ¿Qué ocurre entonces para que no haya más transferencia de conocimiento y de mayor impacto socioeconómico? Vamos a diseccionar la respuesta, partiendo del hecho de que para transferir hay que querer, saber y poder hacerlo.
La transferencia, como la comunicación, requiere de un emisor, un receptor y un canal. Si no existe cualquiera de ellos o falla alguno en el proceso, no habrá transferencia o esta será deficiente. En España las carencias están del lado que transfiere sus resultados de investigación (las universidades, las más de las veces) y del lado al que se transfieren (en general una empresa). El tejido productivo español invierte poco en la I+D propia y tampoco es especialmente activo en la incorporación de los resultados de la I+D ajena.
Además, la crisis económica que ha sacudido el mundo ha retraído especialmente a nuestras empresas en cuanto a inversión en I+D y hasta en innovación. Los recortes en I+D no han sido cosa solo del sector público. Desde el inicio de la crisis económica la financiación privada de la I+D en las universidades se ha visto reducida en un 45%, concretamente a lo largo del periodo 2008-2016. Evidentemente, esto afecta muy especialmente a la transferencia de resultados de I+D al sector empresarial. Los gobiernos y las empresas han seguido al pie de la letra el mal ejemplo de recortar en I+D+i cuando se ponen duras y así las maduras no llegarán o tardarán más en llegar.
Las decisiones que tomar en el ámbito universitario son distintas y probablemente más viables en el medio plazo. Vamos con algunas ideas al respecto, y para ello reiteremos que para que haya transferencia de conocimiento los investigadores han de querer, saber y poder hacerla. Pero hagámonos algunas preguntas al respecto: ¿por qué han de querer transferir los resultados de su investigación?, ¿cómo han de hacerlo?, ¿con qué medios deberían contar?
A mi juicio las soluciones han de buscar sobre todo incentivar, formar y apoyar la transferencia. Para querer es necesario que existan incentivos. Para saber, los investigadores necesitan experiencia y conocimiento, más allá del que le presten los técnicos y expertos de las universidades. Para poder transferir debe haber una demanda externa espontánea o inducida y medios para atenderla (tiempo, infraestructuras, recursos técnicos, inversión, etc.).
Ideas para incentivar, formar y apoyar la transferencia de conocimiento
A continuación, haré algunas propuestas atendiendo al saber, al poder y al querer. Trocear los problemas complejos ayuda a entenderlos y resolverlos. Sin perder la perspectiva del conjunto, en todo caso. No esperen, eso sí, que mis reflexiones sean pócimas mágicas. Nadie las tiene, pero entre todos quizás podamos ir apuntando lo mejor, o al menos lo posible.
1. Saber
Los investigadores no tienen en general conocimientos sobre el tema ni existe una amplia cultura de la transferencia en la universidad española. Sí tienen esos conocimientos, lógicamente, los técnicos y expertos que se han especializado en ello y suelen trabajar desde las Oficinas de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRI). Sin embargo, estos profesionales suelen estar mucho más orientados al cliente interno (investigador/a) que al externo (empresa u otro organismo público o privado, receptor en potencia de los resultados de la I+D). Las OTRI tradicionales conocen muy bien su oferta (llamémosle su “catálogo de transferibles”), pero se requiere conocer igual de bien la demanda y atender las oportunidades que puedan derivarse de dicha oferta. Es como si al que ha de vender los productos de un colmado le pedimos que se limite a mirar los anaqueles desde dentro del mostrador, haciendo inventario de las existencias, pero no a montar el escaparate e, incluso, a salir de la tienda a promocionar sus productos.
Propuestas
Todos los investigadores en formación, de cualquier ámbito de conocimiento, deberían recibir formación práctica en transferencia de conocimiento y en emprendimiento científicotecnológico. No se aplica ni se aprecia lo que se desconoce, así que ineludiblemente hay que empezar por aquí.
Las OTRI necesitan más técnicos y expertos en transferencia de conocimiento, formados con visión empresarial y comercial y no solo académica. Necesitamos profesionales orientados a la comercialización de la oferta y a la detección y atención de oportunidades de mercado y sociales. Es caro, pero pueden diseñarse unidades compartidas o redes de colaboración si se dotan de los recursos necesarios para que las acciones no se queden en el voluntarismo y las relaciones personales.
2. Poder
Ya he dicho que el tejido productivo en España no es un gran consumidor de los resultados de la I+D. De este modo, no pocas veces el empeño por encontrar a quien se interese por nuestros resultados de investigación es tarea imposible. Es como tener un terreno que no drena más agua, o una solución saturada, que no acepta más soluto. Si dejamos de lado el que los investigadores sepan cómo transferir sus resultados de I+D, creo que las principales limitaciones para poder hacer transferencia de conocimiento son la falta de tiempo y de medios. El personal docente e investigador (PDI) de las universidades no puede hacerlo todo, todo bien y todo a la vez. Escasean los hombres o mujeres orquesta en I+D y los pocos que hay necesitan tiempo para ensayar. Además, salvo que hagan los sonidos con la boca, necesitan instrumentos, y cuestan bastante dinero. A veces mucho dinero. Por ejemplo, alcanzar niveles altos en la madurez de una tecnología (conocido como TRL, de technology teadiness level) como para que esta interese a las empresas o a los inversores es algo que requiere de muchos recursos, tanto humanos como en medios técnicos.
Propuestas
Curiosamente, no suele pensarse en aquello que más consume la transferencia de conocimiento: el tiempo. Y no puede hacerse a ratos muertos, sino de forma continuada e intensa. Por eso deberían crearse sabáticos específicos para la transferencia de conocimiento. Seguro que algunos lectores han pensado que esto ya es posible, ya que es potestad de cada universidad el hacerlo. Igual que estas conceden o no los sabáticos al PDI para labores de investigación, pueden hacerlo para la transferencia de los resultados de la investigación.
Pero lo cierto es que volvemos a chocar con la casi absoluta falta de reconocimiento de esta responsabilidad, por la que las universidades, además, no suelen recibir financiación. Además, las comunidades universitarias siguen viendo la transferencia de conocimiento con recelo, como si supusiese la mercantilización de la universidad y un beneficio exclusivo, en caso de haberlo, para los investigadores implicados. Por eso lo ideal sería que estos sabáticos figurasen expresamente en los planes de financiación de las universidades públicas. Pero si no es así, es cierto que las universidades pueden activarlos, priorizando la transferencia de conocimiento entre los objetivos a los que pueda dedicarse quien solicite un año sabático.
El otro alimento principal de la transferencia de conocimiento son los recursos, tanto humanos como infraestructuras y medios técnicos. Los proyectos de investigación competitivos, con los que se financia en la mayor parte de los casos la investigación universitaria, no suelen contemplar una financiación expresa para la transferencia, ya que se orientan precisamente a financiar la investigación que en todo caso la precede. Pero tampoco hay en general programas o convocatorias específicas para la transferencia, existiendo un largo valle de la muerte, del que todos hemos oído hablar y algunos hemos sufrido. Hay buenos ejemplos, incluso muy buenos, como el programa Ignicia de la Xunta de Galicia, pero son insuficientes. Ignicia financia y ayuda a los investigadores a madurar su tecnología (que debe partir de un TRL4 o superior y con potencial comercial), y a validarla en condiciones reales o casi reales, financiando los costes marginales para su validación técnica, la realización de estudios de mercado, el análisis de oportunidades comerciales y de negocio y la contratación de personal especializado, entre otros posibles destinos de la inversión. Además, no aporta solo financiación sino también un muy valioso acompañamiento técnico a lo largo de todo el proceso. Muchas veces la inversión de capital intelectual y relacional es tan importante como el dinero.
3. Querer
Apenas hay incentivos para que el investigador/a transfiera los resultados de su labor investigadora. La transferencia es un proceso al que hay que dedicar mucho tiempo, como he dicho, y a menos que todo salga bien, nada de lo hecho acabará siendo relevante, salvo la experiencia personal, en todo caso.
La Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela se le atribuye al afamado arquitecto Peter Eisenman. Efectivamente él hizo el diseño tras ganar un concurso internacional convocado en 1999. Ganó, según el jurado, por su singularidad, tanto conceptual como plástica, y su excepcional sintonía con el lugar. Tan conceptual fue su propuesta, que hubo que aterrizarlo después en casi todos sus detalles, pero eso lo hicieron otros, que aunque acabaron siendo muy relevantes en el resultado final, cobraron muchísimo menos y, me temo, serán ignorados en la historia del complejo arquitectónico del monte Gaiás, donde se levanta la Ciudad de la Cultura. Traigo a cuento este aparente desmarque por pensar que es una buena analogía con el esfuerzo poco reconocido, y en general anónimo, de transferir los resultados de la investigación.
Propuestas
Los incentivos y estímulos a la transferencia deberían venir marcados a fuego desde fuera de las universidades. Son una minoría los investigadores universitarios cuya investigación tiene potencial de transferencia real y con impacto, así que no esperemos que el modelo de gobernanza universitaria hoy operante asuma el reconocimiento y recompensa suficientes a quienes lo hagan. Un reconocimiento que debería situarse además en todos los frentes: económico, en tiempo, en medios, en la promoción académica, en prestigio público, etc.
¿Qué decir del nuevo “sexenio de transferencia de conocimiento e innovación”? Bienvenido sea y ojalá corrija las carencias del primer intento, que estuvo mal diseñado y no tuvo repercusión alguna en la carrera académica de los investigadores. Es precisamente aquí donde creo que hay que hacer más énfasis, en un mayor reconocimiento en la carrera académica, que al final es uno de los más poderosos estímulos entre quienes somos investigadores.
Otra propuesta que me parece interesante es que las universidades se preocupen por incentivar y hacer visible la transferencia de conocimiento desde ámbitos del saber, como las humanidades y las ciencias sociales y jurídicas, que con frecuencia se creen ajenas a esta responsabilidad, algo que no es cierto en absoluto. Sé por experiencia que cuando un/a investigador/a logra que su investigación vaya más allá de las publicaciones y tenga impacto en el entorno socioeconómico, aunque este sea modesto, la satisfacción es muy grande y las ansias de repetir también. Se adquiere experiencia y sobre todo ganas, algo que es tan importante o más que aquella.
Es más, al igual que cada vez son más frecuentes las líneas de investigación multidisciplinarias que mezclan enfoques, conocimiento y colaboración entre las distintas ramas del saber, debería ocurrir lo mismo en los procesos de transferencia de conocimiento. Las spin-off universitarias, por ejemplo, se verían muy beneficiadas en su concepción, incubación y primeras etapas de vida si contasen con la visión y conocimientos de equipos multidisciplinarios de expertos que pudiesen encauzar mejor su modelo de negocio, estrategias comerciales y de marketing, gestión de recursos humanos, etc. De hecho, esta es una iniciativa que pronto pondremos en práctica en el CiTIUS para apoyar a los investigadores del centro, sobre todo a aquellos en formación.
La batalla de la transferencia de conocimiento en las universidades españolas no está perdida, ya que, de hecho, apenas se ha librado. Solo ha habido escaramuzas, tanteos y “como te digo una ‘co‘ te digo la ‘o’”, que diría Sabina. Pongámonos a ello, pero teniendo muy presente que no es una batalla que librar solo en los campus universitarios y que, además, llevará tiempo y requerirá de no pocos recursos. En todo caso, el tiempo no solo nos dará la razón, sino que nos devolverá con creces lo invertido.
Esta colaboración fue publicada en el Informe CYD 2018. Capítulo 3, página 214. Puedes descargar el artículo completo en este enlace.