La inserción laboral de los jóvenes: desafíos y nuevas oportunidades

Más de una década después de la crisis financiera del 2008 la tasa de desempleo juvenil en los países de la OCDE se mantiene por encima de los niveles previos a ella, lo que demuestra los impactos duraderos que los choques económicos, políticos o sociales tienen no solo en la actual cohorte de jóvenes sino también en las generaciones futuras. Y ahora, dos años después de la crisis sanitaria a causa de la Covid-19, el efecto ya empieza a poder medirse, situándose en el punto de mira la inserción laboral de los jóvenes. 

Según la OCDE, el empleo temporal y mal remunerado en los sectores más afectados por la crisis está a menudo en manos de los jóvenes, quienes ahora se enfrentan a un mayor riesgo de pérdida de empleo e ingresos. El 35% de los jóvenes (de 15 a 29 años) están empleados en trabajos mal pagados e inseguros, en comparación con el 15% de los empleados de mediana edad (30-50) y el 16% de los trabajadores mayores (de 51 años o más). La evidencia del inicio de la crisis de la Covid-19 demuestra que los jóvenes (15-24) fueron el grupo más afectado por el aumento del desempleo entre febrero y marzo de 2020. Y, además, los datos parecen indicar que a los jóvenes que se gradúan en tiempos de crisis les resulta más difícil encontrar trabajo, lo que puede retrasar su camino hacia la independencia financiera. 

¿Cuál es el horizonte laboral de los jóvenes? Esa es la gran pregunta y una de las mayores preocupaciones de una generación española reconocida por ser la más y mejor formada, pero afectada en cambio por una mayor tasa de paro: según datos del INE, la tasa de paro en España en 2020 entre los jóvenes de 20 a 24 años alcanzó el 30,12% en el primer trimestre, y 6,77 puntos más en el segundo

Para conocer un poco más en profundidad la inserción laboral de los jóvenes, y el impacto de la pandemia, conversamos con algunos de los que se graduaron en 2020 para analizar las dificultades, retos y oportunidades a los que han tenido que hacer frente.

Inserción laboral de los jóvenes en pandemia: expectativa y realidad

“La pandemia entorpeció la inserción laboral de los estudiantes que finalizamos nuestro grado universitario en pleno 2020. Al quedar paralizadas muchas ofertas y procesos de selección, la incertidumbre era existente y generalizada, porque las oportunidades para nosotros eran menores. Al poco tiempo, las opciones fueron incrementándose progresivamente a medida que se reactivaba la actividad empresarial. En mi caso, mientras realizaba el máster universitario en abogacía, tuve la oportunidad de empezar unas prácticas en el departamento jurídico de una empresa, que es donde trabajo actualmente”, nos cuenta Anna Casquet, graduada en el doble grado en Derecho y ADE por la Universitat Internacional de Catalunya.

En este sentido, Sara Sangil, graduada en doble grado de Derecho, Relaciones Laborales y Recursos Humanos por la Universidad Complutense de Madrid, confiesa las dificultades para encontrar prácticas durante los meses de pandemia, ya que la mayoría de las empresas habían frenado sus actividades. “Encontraba poca oferta, pero al final una empresa holandesa me dio mi primera oportunidad. A raíz de la cuarentena, hice mis prácticas desde casa y me encantó la experiencia, tanto que he querido seguir trabajando remotamente desde entonces. Si bien ahora trabajo en algo totalmente distinto a lo que podía haber imaginado como estudiante, estoy contenta con las condiciones y con la posibilidad de tener una buena conciliación personal”. 

Las expectativas de Cristina Nova, graduada en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universitat Pompeu Fabra, tampoco se han correspondido con la realidad, ya que ella pretendía continuar ampliando su experiencia internacional con un máster universitario extranjero o con un trabajo en otro país europeo, planes que tuvo que reevaluar con la pandemia y quedarse en España. “Reconozco que tuve la suerte de encontrar un puesto de trabajo, semejante a la especialización que escogí, relativamente rápido y que me ha permitido poner en práctica lo aprendido en la universidad. Además, y en un contexto tan complicado como el de la Covid-19, me ha resultado difícil gestionar el trabajo psicológicamente: largas jornadas, poco tiempo libre, restricciones que parecían no acabar, ir del trabajo a casa sin opciones de ocio o distracción”.

También hubo jóvenes graduados que pudieron incorporarse al mercado laboral justo antes de que diera inicio la pandemia y el posterior confinamiento. Este fue el caso de Gabriel Freytez, graduado en Economía por la Universidad Autónoma de Madrid. “El primer año estuve como becario, luego con contrato temporal y finalmente como indefinido. A pesar de las dificultades, he podido adaptarme rápidamente a las transformaciones de mi empresa, aunque siento que debido a la pandemia mi curva de aprendizaje fue más lenta”. 

E incluso, casos como el de Cayetana Fernández, graduada en Derecho y Relaciones Internacionales por la Universidad Nebrija, quien tuvo la posibilidad de realizar diversas prácticas en organizaciones internacionales como la ONU, la Federación Internacional de la Cruz Roja o la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos (UNOPS). “El hecho de que la mayoría de oportunidades se hayan dado de forma telemática ha resultado ventajoso para mi, ya que no solo había más vacantes, sino que se reducían con creces los gastos: no es lo mismo hacer unas prácticas no remuneradas en la ONU en Nueva York que desde mi casa en España. Claramente la experiencia no es la misma, pero uno se adapta y aprende a ver el lado positivo: más flexibilidad, adaptabilidad de horarios y adquisición de competencias tecnológicas”.

La preparación universitaria y las habilidades que demandan las empresas

La sociedad va cambiando (y todavía más en estos últimos dos años como consecuencia de la transformación digital) y también van evolucionando las necesidades, proyectos y enfoques de las compañías, lo que repercute directamente en las habilidades que las empresas buscan encontrar en los trabajadores. 

Si bien las habilidades y competencias demandadas varían según la industria, el sector y/o la posición profesional que se encuentra abierta, en general se suelen priorizar los idiomas, el manejo de la tecnología y la comunicación digital. “En mi caso, todas estas habilidades tuve que desarrollarlas por mi cuenta. En la universidad adquirí conocimientos puramente técnicos, nada prácticos. Creo que las instituciones educativas están totalmente desligadas de la realidad profesional y que deberían realizar cuanto antes un mayor esfuerzo por incorporar estas competencias tan demandadas dentro de sus guías docentes”, reconoce Gabriel.

Según Cayetana, las competencias digitales son una de las principales cualidades que se demandan hoy en día ya que, lógicamente, con el teletrabajo y la transición a una vida laboral digital, resulta imprescindible tener fluidez con los diferentes programas que faciliten el trabajo remoto. “Hoy en día es muy normal que estemos familiarizados con la tecnología, pero creo que las universidades deben tenerlo más en cuenta y enseñar de manera práctica y adecuada para que los profesionales podamos digitalizar nuestro trabajo. En mi caso, tuve que ser autodidacta y perfeccionar el funcionamiento de muchos trabajos de manera virtual, algo que hubiese sido mucho más sencillo y fluido si lo hubiese aprendido con antelación en la  universidad. Creo que la educación debe prepararnos para un mundo laboral continuamente cambiante y liderado por las nuevas tecnologías”.

Por su parte, Anna considera que la universidad sí prepara a los jóvenes para el mundo laboral pero que existen ciertas habilidades y aptitudes que deben adquirirse de forma personal y particular, más aún con la transformación drástica y sin precedentes que ha desencadenado la pandemia. “Las empresas solicitan primordialmente nuevas habilidades digitales, ya que se han incrementado exponencialmente los procesos que se realizan de forma telemática y en remoto, así como una buena comunicación digital adaptada a la era virtual, la organización del trabajo y la capacidad de adaptabilidad a nuevos escenarios. También, y como consecuencia de la pandemia, se da mucha importancia a las soft skills como la capacidad de resiliencia y la adaptación”.

Cristina también añade que las habilidades más demandadas son la capacidad de adaptación a los cambios y al entorno, la disponibilidad para trabajar en equipo, la comunicación, la especialización profesional y la flexibilidad horaria, y que, si bien la universidad aporta el conocimiento necesario para asumir muchos roles que pueden pedirse en el mercado laboral, no enseña a “trabajar bajo la presión del día a día y a no sentir miedo a equivocarnos en esta nueva etapa de nuestras vidas”.

Alejandro Martín, graduado en Ingeniería Aeroespacial por la Universidad Carlos III de Madrid, también hace hincapié en la capacidad de adaptarse al cambio y en la mirada analítica para dar respuesta a problemas de manera ágil y eficaz. “Las empresas están buscando personas que puedan asumir riesgos y responsabilidades. En el mundo de la tecnología, y en relación con los recién graduados, piden personas con conocimientos generales y una gran capacidad de aprendizaje”.

Flexibilidad e innovación: los más buscado por los jóvenes

Varios son los atributos en común que buscan los profesionales antes de decir que sí a una oferta laboral: flexible, multicultural, comprensible, conciliadora, innovadora, que apueste por el cambio y la transformación digital y, sobre todo, que ponga al empleado en el centro de la organización. “Los jóvenes queremos empresas que utilicen la tecnología y la innovación como palancas para desarrollar su negocio, además de una filosofía muy bien definida, valores con los que nos sintamos identificados y que sepan valorar y formar a los empleados, sacando la mejor versión de cada uno”, apunta Gabriel. 

“Me gustaría que los horarios se pudieran adaptar a mi situación personal y que se me ofreciera facilidad para teletrabajar cuando fuera necesario, además de que valorasen mis capacidades y lo que aporto a la empresa, con una remuneración acorde y un respeto por mis horas libres fuera del horario laboral. El trabajo debe ser un lugar disfrutable y desafiante, en el que aprender y crecer”, añade Cristina.

“En los próximos 5 años desearía trabajar en una empresa que tenga como centro de prioridades al trabajador, ya que un profesional motivado y satisfecho con su posición se traduce en el ofrecimiento del mejor servicio a la sociedad. Además, que sea una empresa que apueste por la formación permanente de sus trabajadores para afrontar los nuevos retos. También, que esté comprometida con el servicio a la sociedad, especialmente con los sectores más desfavorecidos y en temas relacionados con el medioambiente. Y, que sea una empresa que fomente la conciliación laboral, personal y familiar, ofreciendo flexibilidad y capacidad de organización personal del trabajo eficiente”, complementa Anna.

Se suman las palabras de Alejandro, quien sostiene que las empresas necesitan tener una mentalidad transformadora, tanto de la sociedad como de ellas mismas, y que no se deberían cerrar al cambio sino más bien abrazarlo: “Mi deseo es estar en una empresa líder del mercado con un fuerte componente innovador y con una gran cuota de flexibilidad interna, que permita tener un buen ambiente de trabajo y una adaptación constante a las nuevas necesidades”.

Sara también hace hincapié en la flexibilidad laboral y en el tipo de empresas que ponen a sus empleados en el centro de la estrategia. “Me gustaría seguir trabajando en una empresa que no controle las horas que trabajas sino los resultados a los que llegas. Me gustan las empresas que cuidan a los trabajadores y los ponen en el centro, valorando el esfuerzo a través de reconocimientos, ascenso y promociones”. 

Trabajar en o fuera de España: la fuga de cerebros

Lo de emigrar para buscar un futuro mejor lleva sucediendo desde hace generaciones. Personas que dejan atrás su país para buscar oportunidades (por lo general, de carácter laboral) que no encuentran dentro de sus fronteras. Hoy en día se dan migraciones protagonizadas por profesionales altamente cualificados, atraídos por la búsqueda de un mayor reconocimiento social, económico y laboral, además de un crecimiento personal y profesional. 

Ni siquiera la pandemia ha frenado el crecimiento migratorio. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en enero de 2021 la población española residente en el extranjero ascendió a 2.654.72 personas (6,92% de aumento desde 2018). Gabriel Freytez tiene una opinión crítica: “Nadie puede negar la fuga de cerebros que existe en España. La gestión educativa no es correcta ya que se están dedicando una gran cantidad de recursos para formar universitarios que, al no encontrar buenas oportunidades de empleo, se ven obligados a salir a otros países como Alemania, Inglaterra o Irlanda, donde sí se ofrecen mejores condiciones y pagan mejor por los conocimientos adquiridos”.

Las palabras de Cayetana Fernández confirman esta apreciación. “En mi caso, las oportunidades laborales en el campo de las relaciones internacionales, especialmente en el derecho internacional público o derecho internacional humanitario (mis áreas de especialización), son muy limitadas ya que la mayoría de las organizaciones internacionales se encuentran en otros países. Por ello no me planteo quedarme en España. Conozco muchos jóvenes que buscan oportunidades en el extranjero, ya no solo por los beneficios laborales, sino también por la experiencia internacional. La fuga de cerebros en España la presenciamos desde hace mucho tiempo, patrocinada sobre todo por la escasez de oportunidades para los recién graduados y los bajos sueldos. Si te ofrecen el mismo puesto en Holanda cobrando el triple, la decisión es muy fácil para muchos”.

La respuesta de Cristina tampoco es alentadora. “Me duele decirlo pero creo que hoy en día la mejor opción que tenemos los jóvenes es trabajar fuera de España. La fuga de cerebros es un riesgo actual y será aún más habitual en el futuro. En 2019 tuve la suerte de realizar un Erasmus en Alemania y pude comprobar como la situación laboral de los jóvenes era completamente distinta. Se valoraba mucho más nuestro trabajo, con un sueldo justo y acorde al perfil profesional demandado y con unos requerimientos que hacían del acceso al trabajo y del inicio al mundo laboral un proceso mucho más sencillo que en España”. 

Sin embargo, los jóvenes empiezan a ver en el teletrabajo, ampliamente promovido a raíz de la pandemia, una oportunidad que las empresas no deberían desaprovechar para captar talento joven. “Hoy en día, con la globalización y la digitalización, nuestra localización geográfica deja de ser relevante ya que con un clic podemos conectarnos con cualquier parte del mundo. La pandemia ha demostrado que el trabajo presencial no es esencial para que una empresa funcione”, considera Cristina Nova.

Sara Sangil coincide: “Siempre quise irme fuera de España. La fuga de cerebros es innegable ante la falta de oportunidades, lo que hace que muchos jóvenes opten por irse. Sin embargo, el teletrabajo ha venido para quedarse, la productividad y la eficiencia han quedado demostradas y las empresas de otros países deberían dar la opción a trabajadores españoles muy bien formados”.

La sobrecualificación en los jóvenes graduados

España es uno de los países de la UE con mayor porcentaje de jóvenes titulados y graduados universitarios, pero también uno de los que tiene mayores tasas de sobrecualificación, entendida como la discrepancia entre el nivel educativo de los trabajadores y el requerido para el puesto de trabajo que ocupan. Tomando como base los datos del Informe CYD, en 2020 el 32,3% de los contratos de trabajo firmados con graduados universitarios españoles fueron para ocupar un puesto de baja cualificación.

Los datos respaldan lo que nos sucede a nivel laboral: estamos sobrecualificados para las tareas que realizamos o no conseguimos puestos al nivel de nuestra educación. Creo que esto se relaciona con la mala situación del mercado laboral español y con que es necesario revisar la regulación del mercado para conseguir márgenes de mejora, promover una mayor rotación de empleo, generar nuevos puestos y aumentar la productividad de los trabajadores por incentivos”, afirma Gabriel.

Alejandro analiza este fenómeno desde el prisma de la oferta y la demanda profesional. “El mercado laboral no deja la suficiente flexibilidad a las empresas para que la demanda de perfiles aumente. Sin embargo, el número de estudiantes que acceden a la universidad no se ve reducido para ajustarse a la demanda, lo que genera una gran competencia entre alumnos teniendo como única opción para diferenciarse seguir estudiando otra carrera o un postgrado, lo que deviene en esa sobrecualificación que el mercado no puede absorber”. 

Cristina coincide con estas palabras, reconociendo la contradicción cada vez más pronunciada entre la especialización que asumen los jóvenes con cursos, posgrados y másteres, y las demandas de las empresas que buscan perfiles profesionales cada vez más transversales e interdisciplinares, algo que ella llama “el círculo de la formación inacabable”: “La cultura que se nos ha inculcado desde pequeños nos induce a formarnos en más ámbitos de lo necesario: cuanto más sepas, más carreras tengas y más másteres hagas, mejor; cuando la mitad de las veces no es necesario y las empresas piden muchos requisitos para llevar a cabo tareas que no necesitan de tanta formación y no acaban siendo justas con nuestro perfil profesional”

Jóvenes formados y competitivos, pero afectados por la crisis

El último informe sobre empleo realizado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico indica que, en España y durante los primeros cuatro meses de pandemia, el paro subió entre los más jóvenes (16 a 24 años) más de diez puntos, pasando del 31,5% en el que se encontraba en el comienzo de la pandemia a escalar al 42%. Además, dicho incremento fue el triple que el experimentado por los mayores de 25 años. 

Según el informe, los jóvenes más afectados fueron aquellos que entraron en el mercado laboral en el periodo de la pandemia y que no consiguieron encontrar su primer trabajo en un contexto de pocas contrataciones. “Los primeros contratos que tuve fueron temporales, de baja por enfermedad y por circunstancias de producción, con sueldos bajos y con mucho esfuerzo y dedicación de mi parte. Sabía que debía esforzarme hasta tener experiencia y negociar un mejor salario, sobre todo en un entorno de pandemia”, admite Sara. 

“La pandemia incidió directa y negativamente en los programas de prácticas, y para muchos jóvenes esto supuso una preocupación mayor, ya que las oportunidades eran muy limitadas y la competencia más alta que nunca. En mi caso, centralicé la búsqueda de empleo en el extranjero y estuve meses perfeccionando mi perfil y adecuándolo al mercado en el que estaba interesada, porque sabía que si me quedaba de brazos cruzados las oportunidades no aparecerían. Encontrar trabajo no ha sido fácil, pero en mi caso lo conseguí después de aplicar a centenares de vacantes en todo el mundo. Para un joven, buscarse la vida es un periodo estresante y lleno de incertidumbres”, describe Cayetana. 

“​​Las condiciones laborales que se ofrecen a los jóvenes no son las mejores, ni nosotros consideramos que son las justas de acuerdo a nuestro nivel de estudios y preparación. Aún así, cuando iniciamos la inserción en el mundo laboral trabajamos muy duro para destacar y conseguir condiciones laborales y salariales prósperas y acorde a nuestra evolución como profesionales. En el inicio de nuestra etapa laboral es muy importante valorar el aprendizaje que una empresa o institución pueda aportar a los recién graduados, ya que el aprendizaje y la experiencia irán de la mano de mejores condiciones laborales y salariales”, apunta Anna.

Cristina también se refiere a las condiciones que se ofrecen a los recién graduados, definiendo la inserción laboral de los jóvenes como una “situación negativa en la que se exige mucho por muy poco”: “Se nos exige una elevada formación académica y de mucha especialización para un sueldo apenas superior al mínimo interprofesional, y que no es justo con el curriculum, esfuerzo y tareas a realizar. Las empresas buscan jóvenes que tengamos competencias en muchos ámbitos diferentes y que, a su vez, seamos especialistas en algo en concreto, que llevemos distintas responsabilidades a la vez y acabemos encargándonos de hacer (también) el trabajo que no quiere hacer nadie. Todo esto con contratos temporales, lo que hace que nuestra motivación, energía y nivel de conocimiento al salir de la universidad se vean disminuidos en gran medida”. 

Y es que para muchos jóvenes, el proceso de búsqueda de empleo es frustrante debido a la ausencia de puestos que sean verdaderamente llamativos o alineados con las competencias demandadas y la compensación retribuida. “Mi experiencia de búsqueda fue muy estresante, durante meses buscando un puesto con buenas condiciones e incentivos. Una vez que encontré las prácticas, la experiencia fue muy buena, a pesar de que solo un mes después de empezar, comenzó la pandemia. Creo que la universidad, al menos la pública, no te prepara para la búsqueda de empleo, cuando es fundamental para nosotros que alguien nos enseñe habilidades para hacerlo”, añade Gabriel. 

Que España lidere el ranking de paro juvenil en Europa debería hacernos reflexionar si lo que estamos haciendo es lo correcto. Quienes han estudiado en una buena universidad carreras como ingeniería, matemáticas o ADE seguro no tendrán problema en encontrar prácticas o su primer empleo, pero las de humanidades, educación e incluso salud no están compensadas entre el sueldo y la cualificación. Creo que deberían tomarse medidas para liberar presión del mercado laboral, con el objetivo de generar un buen clima que atraiga inversión, emprendedores y gente que asuma riesgo, lo que devendrá en más puestos de trabajo, más cualificados y, por ende, reducirá el paro juvenil”, concluye Alejandro.

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